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Cuando regresemos, todos seremos recién llegados

Courtesy of Alessandro Biascioli iStock
Courtesy of Alessandro Biascioli iStock

“Cuando regresemos, todos seremos recién llegados”.

Fue una observación de pasada, pero tan pronto como lo dijo, los asentimientos y reconocimiento en la reunión Zoom dejaron en claro que ella había expresado con palabras lo que todos describíamos, pero no podíamos nombrar.

¡Claro que sí! Todos seremos recién llegados.

Ahora que las iglesias y sus oficinas empiezan a reabrir sus puertas después de un año de encierro debido al Covid, encontramos que nuestras costumbres han cambiado en lo que antes eran espacios físicos familiares.

Lo que era confortable e instintivo  en marzo del 2020 ahora es algo que la memoria no maneja del todo. ¿Cómo era que compartíamos estos espacios? ¿Cómo era que trabajábamos aquí?

Aunque que la mayoría anhela volver a lo normal, es posible que encontremos que esos lugares familiares ahora parecen extraños. Las precauciones de seguridad y salud cambiarán la manera en que interactuamos en estos espacios.

Las puertas de las oficinas que antes dejábamos abiertas para invitar a la conversación casual quizá ahora las tendremos cerradas para no tener que usar máscaras todo el día, si tenemos ese privilegio.

Ya no tendremos una cafetera comunitaria, ni almorzaremos juntos alrededor de una mesa. Tendremos reuniones por Zoom a pesar de que nuestras oficinas están en el mismo edificio.

Los domingos por la mañana, el distanciamiento social quizá imponga que la banca en que solíamos sentarnos ya no será nuestra porque ahora se utiliza como espacio de distancia entre la gente. Algunos de nosotros quizá nos encontremos repartiendo obleas en envoltorios individuales para la Santa Cena, mientras que la gente se arrodilla a una distancia de seis pies en el altar.

No es sólo que nuestros antiguas rutinas han sido eliminadas, sino que a veces la manera en que nos juntábamos en algún lugar ya no es posible ni recomendable. Tendremos que crear una nueva manera de ser comunidad. ¿Cómo fue que lo dijo?

“Todos seremos recién llegados”.

Pero también hay una distancia más profunda que se ha dado en el año pasado en nuestras iglesias y edificios. No sólo somos extraños a los lugares físicos, sino que con aquellos que antes compartíamos dichos lugares. Tantas cosas han pasado en un solo año.

Aunque las congregaciones y las organizaciones han tratado de sostener la comunidad a través de las circunstancias difíciles, todavía hay muchas historias y experiencias que no compartimos unos con otros en vivo. Ha habido gozo y lágrimas que no se han dado a conocer.

La poeta Naomi Shihab Nye ha escrito: “Cuando alguien a quien no has visto en diez años se presenta a tu puerta, no empieces a cantarle todas tus nuevas canciones, jamás podrás ponerte al día”.

Si escribiese el día de hoy, quizá diría: “Cuando alguien a quien no has visto si no en Zoom se presenta a tu puerta…”.

Aunque uno está tentado a decir que es casi imposible ponerse al día, uno de los dones particulares de las comunidades religiosas es que la mayoría de nosotros ejercita algo del ministerio más intencional con los recién llegados.

En este momento en el que hemos perdido tantos otros momentos, necesitaremos lo mejor que sabemos para ayudarnos a encontrar el camino a estar juntos otra vez.

Por ejemplo, hemos cultivado prácticas para saludarnos unos a otros e invitarnos a compartir en algo más grande que nosotros, esto es, la misión de la iglesia en el mundo.

Sabemos cómo escuchar, celebrar y recibir los dones de cada persona nueva.

Sabemos cómo ayudarnos a contar nuestras historias de dolor y esperanza y, al hacerlo, encontrar nuevos estratos de significado.

Sabemos cómo invitar a que la gente a participar en un servicio al mundo que es bueno para el mundo y profundamente significativo para ellos personalmente.

Necesitaremos todas esas capacidades y toda esa experiencia para ayudarnos a ser juntos más que recién llegados.

Lo dijo tan clara y casualmente: “Cuando regresemos, todos seremos recién llegados”.

Con pocas palabras, nombró la verdad de que el reabrir nuestros edificios jamás será tan sencillo como abrir las puertas y prender las luces, acordonar algunas bancas o colocar la loción desinfectante, no que todo esto sea tan simple.

El reabrir los edificios y el regresar a nuestra vida juntos es todo un desafío emocional y espiritual. Como lo dijo Ron Heifetz, no se trata solo de un desafío técnico, sino de un desafío de adaptación.

Es una buena noticia de que las congregaciones saben cómo estar en dichos lugares con fe, esperanza y amor. Más que nunca, el mundo necesita estas tres cosas.


Este artículo fue publicado en Faith & Leadership, el 6 de abril, 2021. Nathan Kirkpatrick es director administrativo de Alban, Duke Divinity School, Durham, Carolina del Norte. Publicado con permiso.

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