De mi tía-abuela aprendí, siendo niña, una copla (canto popular) que decía: ‹‹Cantando lo encontré, cantando lo perdí; como no sé llorar, cantando he de morir››. Creo que la copla refleja muy bien el apego a la música del pueblo hispano. Como en la copla, la persona hispana lleva la música por dentro y con ella canta en todo momento. Con el canto alabamos a Dios, contamos nuestras cuitas, y expresamos nuestras más profundas emociones desde el dolor, ira o desesperación, hasta el amor. La música es a la adoración hispana como el aguaa la tierra o como el aire a los seres humanos.
La adoración en el contexto hispano incluye todos los elementos de adoración que conocemos. Hay lectura de la Biblia, oraciones espontáneas de gracias y de confesión, oración de intercesión y testimonios en abundancia. Pero en todo está presente la música que es la más alta expresión de adoración. En el culto hispano hay música antes de comenzar el culto. Esto puede ser un preludio instrumental pero en muchas ocasiones es el tiempo en que la congregación canta himnos y especialmente estribillos (coritos) o cánticos mientras se prepara para la adoración. Con guitarras, panderetas, tambor y batería entregamos nuestras ofrendas y nos saludamos con amor. Hay canto mientras participamos en la Santa Comunión y hay canto en nuestra entrega al Señor en cada llamado al altar.
Si bien es cierto que el sermón ocupa una parte muy importante dentro de la adoración hispana, la música lo llena todo: le da contexto al sermón, enmarca el culto y permanece con cada uno de los congregantes cuando éstos regresan a sus hogares. Eso es lo maravilloso de la música en la adoración. Se queda con nosotros haciendo muy real la compañia de un Dios que no es ajeno a nuestras luchas sino que está en medio de ellas. El mensaje del cántico o himno está allí en el momento cuando nos confrontamos con la noticia difícil del médico, cuando lloramos por relaciones rotas, cuando luchamos en contra de la injusticia, cuando estamos en el lecho de enfermedad y aún de muerte. Ahí está en todo momento, repitiendo una y otra vez en nosotros su mensaje que está vivo y que nos ayuda a levantarnos y a seguir luchando con peranza.
Por muy bueno que sea el sermón, se puede olvidar fácilmente. La música, sin embargo, permanece con nosotros. A través de ella el mensaje se encarna en nosotros. Por eso es importante asegurar que el contenido teológico de nuestra música sea aquel que exprese la fe bíblica que nos mueve a vivir dentro de los paradigmas del reinado de Dios.
El canto que lleva el mensaje total de nuestro Señor nos ayuda no sólo a nutrir nuestra fe sino a tener conciencia de que somos parte de un cuerpo, el Cuerpo de Cristo y que nuestra fe es una fe comunitaria y no individual. Nos da conciencia a tener responsabilidad por otros y a estar involucrados en los problemas del mundo. Por eso una de mis congregaciones acogió con mucho calor dos estrofas que alguien añadió al estribillo popular Alabaré. Así, además de cantar: Alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor. Juan vio el número de los redimidos . . . nosotros cantábamos: Dios ha hecho cosas grandes y preciosas, Dios a los poderosos destronó. Y a los pobres colmó de bienes, por eso alabaré a mi Señor. Dios quiere librarnos de viejas estructuras y darnos una nueva creación, en que los pueblos, la tierra toda, alcance su total liberación.
Oremos para que a través de la música podamos seguir creciendo en nuestra fe y llevando así el mensaje de redención.
La Rev. Yolanda Pupo-Ortiz es miembro clerical de la Conferencia Anual Baltimore-Washington.
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