YA VIENEN LOS REYES
¿Dónde está el que ha nacido Rey de los judíos? Porque vimos su estrella en el oriente y vinimos a adorarlo. (Mateo 2:2, BTX)
Independientemente de todo el folclore (y el negocio, cómo no) que conlleva, la festividad cristiana de la Epifanía de nuestro Señor constituye un recordatorio muy hermoso de un evento de singular trascendencia para la historia de la humanidad: Jesús fue reconocido como Rey y adorado, ya desde el principio, por gentes llegadas de muy lejos a tierras palestinas, unos magos que no eran judíos, que no formaban parte del pueblo de Dios del Antiguo Pacto, pero no por ello estaban dejados de la mano del Todopoderoso.
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Y aunque este episodio esté recogido solo por uno de los cuatro evangelios, el de Mateo, no por ello carece de valor. Al contrario, viene a evidenciar una de las grandes paradojas del Nuevo Testamento: la mayor parte del profeso pueblo de Dios no quiso reconocer a su Mesías, pero los gentiles lo recibieron con gratitud y con espíritu de adoración. De ahí el nombre de Epifanía que tiene esta celebración, que no significa otra cosa que “manifestación”. Cristo se manifiesta desde el primer momento a quienes parecería que jamás lo quisieran aceptar o reconocer como su Señor, pero que iban hasta Jerusalén desde muy lejos para postrarse ante él.
Con toda probabilidad, ninguno de los amables lectores es lo que llamaríamos hoy un rey (o una reina). Y desde luego, no pensamos que sea tampoco un mago. Pero todos nosotros, los que leen y el que escribe, somos gentes procedentes de muy diversos lugares, de razas distintas, de familias particulares, de clases sociales y niveles culturales variados, de opiniones no siempre concordantes en muchos temas. Es decir, personas que muy bien podemos vernos reflejadas en esas simpáticas figuras que la tradición ha fijado en número de tres y ha hecho provenir de patrias distintas y etnias diferentes para adorar a un niño recién nacido en una aldea perdida de las montañas de Judea. Personas necesitadas de la manifestación del Mesías en nuestras vidas y de compartirla con otros de nuestro entorno.
Dado que el Sagrado Texto no entra en detalles acerca de aquellos magos, ignoramos por completo cuán versados pudieran estar en asuntos doctrinales o teológicos del judaísmo de su tiempo, o si ni tan siquiera les preocupaban aquel tipo de cuestiones. Lo único que sabemos de ellos es que solo buscaban adorar al Rey recién llegado. Y esta actitud, pensamos, nos debe llamar a una muy profunda reflexión en un día como hoy. La sencillez de la fe de aquellos hombres nos invita a cuestionarnos seriamente sobre nuestra piedad actual. ¿A qué llamamos ser cristiano? ¿Qué es para nosotros ser creyente? Aquellos que con el tiempo se convertirían en los “reyes” de los villancicos populares solo formulan una pregunta, muy simple por cierto, pero de un inmenso contenido: ¿dónde está el que ha nacido Rey de los judíos?
Epifanía, lo hemos dicho, significa manifestación. Es decir, alegría por la buena nueva del Rey que ha venido a este mundo. Más aún, gozo por la noticia de que viene de continuo a las vidas de sus hijos, sin importarle que sean de una raza u otra, judíos o gentiles, hombres o mujeres, ricos o pobres. Júbilo porque su venida, su manifestación, conlleva salvación, implica redención, rezuma gracia para todos los seres humanos.
Los cánticos navideños tradicionales presentan siempre a aquellos “reyes magos” cargados de regalos, a cual más pintoresco. El evangelio de Mateo nos dice que, efectivamente, ofrecieron sus presentes al Rey recién nacido. Pero el gran regalo fue el que ellos recibieron, y con ellos todos nosotros. La presencia de Cristo en medio de su Iglesia es el mayor don que Dios haya podido jamás otorgar a los seres humanos.
* El pastor Juan María Tellería Larrañaga es en la actualidad profesor y decano del CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas),Centro Superior de Teología Protestante.