Samuel Wesley, el padre de Juan, nació en diciembre de 1662, durante un período turbulento. No se sabe exactamente el lugar de su nacimiento. Murió en Epworth, en abril de 1735, después de una larga carrera dedicada al trabajo de la Iglesia Anglicana. Hijo y nieto de no conformistas, abandonó la tradición de sus antepasados y decidió lanzar su suerte con la Iglesia Oficial. Cuando llegó a esta decisión, estaba estudiando en una academia de Disidentes. A la sazón tenía 21 años de edad. Dejó esa academia y se fue a Oxford para inscribirse en el colegio "Exeter" en calidad de "estudiante pobre". Eso acaeció en agosto de 1683.
Al abandonar a los Disidentes tuvo que hacerse cargo de sus propios gastos. Inició su carrera en la universidad, donde también trabajó como sirviente y ayudaba a la vez a sus condiscípulos en la preparación de sus lecciones. Se graduó de Bachiller en Artes en 1688. Durante todo el tiempo que estuvo allí y a pesar del curso que dio a su vida, no pudo dejar de revelar que aun perduraba en él mucho de lo que distinguiera a sus antepasados.
Cuando años más tarde sus hijos Juan y Carlos estaban tan empeñados en el "Club Santo", organizado por ellos en Oxford, y asistían tan metódicamente a los prisioneros en el "Castillo", escribióles lo siguiente: "Seguid adelante, en el nombre de Dios, por el camino recto, al cual vuestro Salvador os ha dirigido y en las pisadas dejadas por vuestro padre que os precedió, pues, cuando era estudiante en Oxford, también visitaba el "Castillo", de lo que me acuerdo con gran satisfacción hasta el día de hoy" (Citado por G. J. Stevenson, en "Memorials of the Wesley family", pág. 130, de una carta que Samuel Wesley le escribió a su hijo Juan con fecha 21 de septiembre de 1730). Constatamos, por lo tanto, que el interés por los pobres y las personas caídas en desgracia era una peculiaridad inherente al temperamento de los Wesley.
Después de recibirse se hizo cargo de una iglesia, a la cual sirvió hasta que fue nombrado capellán de a bordo en un buque de guerra, mas no se quedó por mucho tiempo en este puesto. Pasó a servir por dos años en un curato en la ciudad de Londres. Durante ese período casóse con Susana Annesley. De ese matrimonio nacerían diecinueve hijos. En 1691 fue enviado a la pequeña parroquia de Souths Ormsby, donde quedó hasta principios de 1697, cuando fue para el pueblo de Epworth, en el condado de Lincoln. Allí permaneció hasta el día de su muerte, en abril de 1735.
Su vida incluyó el período de la restauración del rey Carlos II que murió en 1685 y del gobierno de Jaime II que le sucedió en el reinado hasta 1688. Ambos se inclinaron hacia la Iglesia Católica, especialmente el último, quien al favorecer al culto católico provocó una gran discordia en la nación. Y esta actitud fue la causa de que la mayor parte de la nación se opusiera a él. En 1688 estalló la revolución que obligó a Jaime II a refugiarse en Francia. Guillermo III de Orange y María su mujer, de la casa real inglesa, fueron declarados juntamente soberanos de Inglaterra. Ellos se hicieron cargo del país en 1689 y permanecieron gobernándolo hasta 1714. Tocóle vivir, pues, durante una época de grandes convulsiones políticas.
Esto no fue todo. Hubo también un notable cambio social en la vida de la nación. Procesábase un gran éxodo desde el campo hacia ciudades y villas. El antiguo sistema feudal iba poco a poco perdiendo su poder, para dar lugar a una creciente vida comercial e industrial. Los filósofos Hobbes y Locke introdujeron la filosofía empírica en la vida intelectual. El científico Newton redujo el mundo a una máquina armónica y completamente sujeta a leyes inmutables. Despertóse una sed intensa por una vida pletórica de riquezas y placeres. Después del tratado de paz de Utrech, notóse gran incremento en el comercio y la especulación. Organizáronse diversas y notables compañías comerciales. Entre ellas la Compañía de los Mares del Sud (South Sea Co.), la que se proponía explotar las riquezas de la América española, considerada como una mina inagotable.
Los reyes Jorge I y II reinaron en el período comprendido entre 1714-1760. Además, desde 1689 se entabló una querella con Francia que duró, con breves interrupciones, cerca de cien años. Guillermo III de Orange tuvo que luchar a la vez con Irlanda y Escocia, para establecer su poder. Su gobierno trajo consigo la corrupción política y religiosa de la casa de Hanover, a cuya dinastía Guillermo pertenecía. Esto nos ayuda por cierto a tener una idea general de la situación. Particularmente en lo religioso las condiciones eran alarmantes, como lo revela la cita de la Enciclopedia Británica que sigue:
"Con la ascensión al trono de la casa de Hanover, la Iglesia entró en un período de vida anémica e inactiva: muchos establecimientos eclesiásticos fueron descuidados. Los servicios religiosos diarios fueron descontinuados, los días santificados ya no se tomaban en consideración; la Santa Comunión era observada ocasionalmente; cuidábase poco de los pobres y, aunque la Iglesia conservaba su popularidad, el clero era perezoso y mirado con desprecio. Al someterse al establecimiento de la corona real, el clero generalmente sacrificaba sus convicciones por conveniencias, por lo que su carácter se envilecía. Las promociones dependían exclusivamente de la profesión que uno hacía de los principios conservadores. La Iglesia considerábase como subordinada al Estado. Su posición histórica y sus prerrogativas eran ignoradas. Y era tratada por los políticos como si su función principal fuera la de apoyar al gobierno" ("The Encyclopedia Britanica", Edición 11ª, Vol. IX, pág. 450-451).
Sucintamente, éste fue el mundo en el que vivió Samuel Wesley. Nosotros nos maravillamos de que en un medio ambiente tal pudiera desarrollarse un hombre de su talla. Tal cosa se explica porque el medio ambiente puede no ser el único factor en la formación de una personalidad. Porque por encima de todo, lo que se anida en el corazón es lo que hace que en última instancia una vida florezca en virtud y utilidad. Y lo que Samuel almacenó en él fue una profunda fe en los valores permanentes de la religión cristiana.
Una mirada a Epworth nos ayudará a admirar aún más la persona de Samuel Wesley. Epworth no era un lugar muy grande. Era tan solamente una villa que contaba con un mercado y dos mil habitantes. Sin embargo, distinguíase por ser el lugar más importante del Distrito conocido con el nombre de Isla Axholme, cuyas dimensiones eran de 16 kilómetros de largo por 6 de ancho. Epworth era la parroquia más importante de las siete establecidas en aquella región (a unos 250 kilómetros al norte de Londres) y fue dedicada a San Andrés. El paisaje no era muy poético. Los terrenos pantanosos que circundaban esa región dábale un aspecto desolador. El suelo era bajo y sujeto a inundaciones prolongadas. Además los habitantes no eran muy corteses con aquellas personas que no fueran del mismo estrato social que ellos.
El Rev. W. H. Fitchett nos pinta vívidamente el carácter hostil de esa gente: Cincuenta años antes (que Samuel Wesley fuera a establecerse allí) esa rústica casta había mantenido una mal disimulada guerra civil con el ingeniero holandés Cornelio Vermuyden, a quien Guillermo de Orange había contratado para desecar ese viejo pantanal: rompíanle los diques, apaleaban a sus obreros, quemaban sus cosechas. Igual actitud conservaron para con el mismo Wesley: Acuchillaban sus vaquitas y mutilaban sus ovejas; rompían los diques de noche para inundar su pequeño campo; le acosaban a menudo por sus deudas y trataron, no sin éxito, de quemar abiertamente su casa pastoral, para después acusarle de que él mismo le había prendido fuego" (W. H. Fitchett, "Wesley and His Century", pág. 33).
Tal fue la comunidad a la cual sirvió, durante treinta y nueve años, con paciencia de Job. Persecuciones, odios, prisiones no removieron al párroco de Epworth de su puesto. Mantuvo siempre un temple decidido y valiente. Una y otra vez sus amigos instáronle a que abandonara ese lugar, pero él no lo hizo. En 1705 escribió al arzobispo de York desde su prisión en la fortaleza de Lincoln, lo que sigue: "La mayoría de mis amigos aconséjanme que abandone a Epworth, si es que realmente me propongo salir de allí con vida. Confieso que no comparto esa idea, porque celebro que puedo hacer aún algún bien allí; me sentiría cual cobarde si desertara de mi puesto sólo porque el enemigo concentra sus dardos inflamados contra mí. Por el momento, ellos llegaron a herirme, pero creo que no podrán matarme" (G. J. Stevenson, "Memorials of the Wesley Family", pág. 92).
Esas sus palabras "puedo aún hacer algún bien allí" expresan la confianza maravillosa de un hombre sano y de un alma generosa. ¡Ojalá muchos de nosotros tuviésemos el mismo espíritu de resistencia y esperanza! Esa actitud merece respeto y admiración. Evidentemente poseía la paciencia de un santo. Muy pocas veces se ponen en evidencia los valores morales de este hombre. Más a menudo recuérdanse con ironía su tediosa poesía y sus deudas. ¡Habrá que ver si aquellos que subrayan su inhabilidad financiera hubiesen podido hacer rendir mejor que él sus menguadas entradas, disminuidas aún más por la hostilidad perversa de sus parroquianos! Tal vez muchos de ellos se hubiesen entregado a la desesperación. Samuel hizo lo que estuvo a su alcance para mantenerse al día, pero no le fue posible. Su escaso salario y la familia numerosa se lo impedían. ¡Lo extraordinario, sin embargo, fue el hecho que en medio de tantos tumultos y necesidades llegara a escribir tanta poesía!. Eso, ciertamente, ayudóle a vivir.
No obstante su pobreza, empeñóse en dar a sus hijos varones la mejor educación que era posible obtener en Inglaterra. Él y su esposa lo sacrificaron todo para dotarlos convenientemente para la vida. No se puede leer la carta que escribió a su hijo Juan, antes de que éste fuera ordenado, sin dejar de sentir una gran admiración por este hombre. Decíale, entre otras cosas: "Lucharé duramente por obtener el dinero necesario para tu ordenación y algo más".
No sólo proveyó dinero para los hijos que estaban en la escuela, sino que de tarde en tarde escribíales también cartas que eran de un mérito inapreciable. Las que escribió a su hijo Samuel (el mayor de los varones), durante los años 1706 a 1708 en que éste estuvo en la universidad, son de tal magnitud que al leerlas hoy todavía nos conmueven. Cualquier hijo podría sentirse moral y espiritualmente elevado si su padre se las escribiera. Imprégnalas un sensible espíritu de piedad, amistad y sabiduría cristiana. ¡No nos admiremos, pues, que sus hijos creciesen para ser tan sabios!
Un espíritu heroico domina la fe de Samuel Wesley. Ante los desaciertos más trágicos y pruebas más terribles de su vida se mantuvo siempre fiel a Dios. Jamás le dejó de lado. Para él, Dios era siempre el mismo. En una oración que nos dejó, decía en cierto punto: "Estoy cansado de mis aflicciones, mi corazón me falla, la luz de mis ojos va apagándose, estoy hundiéndome en aguas profundas y no hay nadie que pueda ayudarme. Pero aún así espero en Ti, mi Dios. Aunque todos me abandonen, el Señor me sostendrá y en Él encontraré siempre la más verdadera, la más cariñosa, la más comprensiva, inacabable y poderosa amistad. Déjenme que en Él yo aligere mi alma atribulada y descanse de todas mis tristezas".
Al escribir al Duque de Buckingham acerca de la quema de su casa pastoral en 1709, después de terminar de contarle la historia de aquella noche trágica del incendio, concluye: "...todo está perdido. ¡Loado sea Dios!". Esta última frase nos recuerda la exclamación de Job cuando perdió todo lo que de más querido poseyera en la vida. Un padre, con tal fe y ese sereno espíritu de sometimiento al Señor, no podía sino influir de modo positivo en la vida y el pensamiento de sus hijos. Estuvo siempre muy allegado a su esposa. No le dio toda la comodidad que ella necesitaba, pero dióle todo lo que estuvo a su alcance. Escribiendo acerca de él, después de 30 años de vida de casados, ella dice: "Desde que tomé a mi esposo para lo mejor o para lo peor, he decidido permanecer siempre a su lado. Donde él viva, viviré yo; donde él muera, moriré yo y allí seré sepultada. Quiera Dios acabar conmigo y hacer más todavía, si alguna otra cosa que no sea la misma muerte nos llegara a separar".
A su vez, él teníale en gran estima. En la semblanza que dejó de su esposa, en su poema "La Vida de Cristo", encontramos estas dos líneas muy expresivas y bonitas: "Ella llenó de gracia mi humilde techo y bendijo mi vida. En su bendición me fue mucho más que esposa" (She graces my humble roof, and blest my life. Blest me by a far greater name than wife).
Era hombre erudito. Escribió en latín su último gran poema sobre Job. Amó mucho a la poesía. Fue una de las grandes pasiones de su vida. Ayudóle en diversas ocasiones a enfrentar sus estrecheces económicas. Dominó bastante el griego y el hebreo. Gustábale estudiar su Biblia en las lenguas originales. Conocía también algo de caldeo. A Juan escribió: "Estoy pensando desde hace algún tiempo en producir una edición en formato octavo de la Sagrada Biblia, en griego, hebreo, caldeo, en el griego de los Setenta y en la Vulgata Latina y ya he hecho algunos progresos en ella". En esa misma carta pide la colaboración de Juan.
Como vimos, Samuel fue fiel a su vocación pastoral. Por 39 años batalló con un pueblo casi salvaje. Pero finalmente salió vencedor. En el año 1732 escribió a su hijo Samuel esforzándose por inducirlo a tomar su lugar. Una de las razones que le daba para que aceptara su proposición, la que realmente pone en primer término, es ésta: "Mi primera y mayor razón para ello es que estoy persuadido que servirás a Dios y a su pueblo aquí mejor de lo que yo lo hice; aunque ¡gracias sean dadas a Dios!, después de casi 40 años de trabajo entre esta gente, ella estará mejorando mucho, habiendo tenido más que cien presentes en la última celebración de la Santa Cena, cuando generalmente no he tenido más que veinte".
Una y otra vez sus parroquianos tentaron destruir su obra, pero él jamás por eso se descorazonó. Prosiguió su camino. Esa perseverancia la encontramos más tarde en los adalides metodistas, especialmente en sus hijos Juan y Carlos. Estos tampoco cejaron cuando se encontraron frente a la oposición sostenida de los eclesiásticos de la Iglesia de Inglaterra. Les tocó sufrir y esperar largo tiempo, pero finalmente los despreciados metodistas se impusieron a la conciencia pública, contribuyendo poderosamente a la vida misma de la nación y mejorando sensiblemente a aquellos que les habían perseguido y despreciado.
Su religión no era meramente formal. Hallaba que uno debía llegar a tener una seguridad interna de la salvación. Sostenía que el alma debía mantener una relación directa con su Creador. Antes de morir, al tener certeza de su próximo fin, dijo a Juan: "El testimonio interno, hijo, el testimonio interno; ésta es la prueba más verdadera del cristianismo". Poco antes de abandonar este mundo exclamó: "Pensad en el cielo, hablad del cielo; todo tiempo en que no estamos hablando del cielo, está perdido". La religión era para él la más grande de las realidades. Fue siempre su más alto refugio y su más preciado interés.
Sin duda él tuvo sus debilidades. Ningún hombre es perfecto. Teniendo en cuenta, pues, la debilidad humana, lo mejor sería que evaluáramos todo hombre por lo que haya producido de bueno y permanente. Indudablemente que nuestra humanidad sería mucho mejor si todos los padres fueran fieles a su Señor y dedicados a su familia como Samuel Wesley lo fue, y si pudiesen ofrecer a Dios y a la sociedad la calidad de hijos que él legó a Inglaterra y al mundo.
(*) Tomado del Capítulo Primero, titulado "Los Adelantados", del libro "UNA EXTRAÑA ESTIRPE DE AUDACES", del Dr. Sante Uberto Barbieri, publicado por Ediciones "EL CAMINO", Buenos Aires, Argentina, 1958.
** Sante Uberto Barbieri fue obispo de la Iglesia Metodista, elegido en 1949. Originario de Italia, fue elegido obispo de la Conferencia Central Latinoamericana para atender la Iglesia en Argentina, Bolivia y Uruguay.